Creo que he tenido mucha suerte en esta vida y que, a pesar de que he tenido que vivir cosas terribles todo ese camino de flores y piedras me han traído hasta donde estoy hoy y que si me hubiera ahorrado uno sólo de los baches, unas sola de las sonrisas, una sola de las malas decisiones, no estaría donde estoy ahora y por eso, estoy orgulloso de estar aquí tanto como del camino recorrido. Por eso, mirando hacia atrás soy capaz de recordar muchos momentos en los que he podido sentir esa plenitud, esa sensación de que tu alma se expande y eres infinito que algunos llamamos felicidad. Sin embargo una, ha acudido a mi mente, rápida, urgente, deseosa de ser contada. Fue cuando, por primera vez, tuve delante de mí a la que ahora es mi mujer y me besó.

Nos conocimos por Internet, en un chat (Navegalia) mientras yo escribía la letra de la canción “Que pasa contigo tío” que en esa época estaba de moda a raíz de la película “Muertos de risa” y una tal Fantasmita comenzó a completarme las estrofas. Ella conocía la canción del disco original de “Los golfos”. Una cosa llevó a la otra comenzamos a charlar y a coger confianza, ya sabes cómo son estas cosas, te lías, te lías y acabas dándote los teléfonos. Ella era mayor que yo y vivía fuera de Madrid, en un pueblo que se llamaba Talavera de la Reina y del que yo no conocía más que el nombre. El caso es que después de largas noches al teléfono, contando chistes o hablando de nada, sólo disfrutándonos, llegó el día en que me dijo que iba a venir a verme en persona, a sentirme cerca. ¡Ese es el momento del pánico!

¿La gustaré? ¿Se romperá la magia? ¿Y al revés?

Llegué un poco tarde, o su autobús llegó antes, no lo recuerdo. Cuando iba de camino a conocerla hablamos por teléfono y la dije que no iba a ir, ¡jejeje!

Al poco la vi, con su pelo rojo y rizado, vestida con un pantalón y chaqueta de tela fina con fondo amarillo, ¡estaba preciosa! Me temblaba todo y me sentía pequeñito, lleno de defectos y de inseguridades. Habíamos hablado de que cuando nos viéramos, nos íbamos a besar, de las ganas que teníamos, aunque no nos conociéramos y, después de los tímidos “Hola, ¿eres…?”

“Sí, ¿y tú…?” Así, sin más nos abrazamos y nos besamos.

No sólo se fue la vergüenza, y las inseguridades, y los defectos y los temblores. Con ellos se fueron los ruidos de los autobuses, el claxon del impaciente, la gente de alrededor, el cielo, las prisas, el suelo…  Todo desapareció y sólo quedaba ella, y yo y nuestro beso.

Ese ha sido el momento de mayor felicidad de mi vida y, puedo seguir disfrutando de él, de ella, y de esos besos que hacen que se haga el silencio y el mundo, por un momento, abandone sus prisas y se pare, sólo para nosotros.

 

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