Tenía 16 años. Una edad complicada y llena de inseguridades. Todos los años veraneaba con mis padres y hermanos en la misma playa., por lo que teníamos un grupo bastante grande de amigos. Ese verano, llegó un chico nuevo a la pandilla. Pero no era un chico cualquier. Era el típico alto, más mayor que los demás... Vamos que nos dejó locas a todas. Para mí, todas mis amigas eran más guapas, mas listas, más altas. Más simpáticas... que yo, no lo sé por qué. Por lo que descarté totalmente, la posibilidad de ligarme al “pivón”.

A los pocos días de ver como mis amigas estaban siempre cerca de él mirándole con cara de bobas, se me acerco a hablar. Y cuál fue mi sorpresa, cuando ¡¡¡me pidió que saliera con él!!!!
Bueno, al principio no me lo creía e incluso estuve a punto de decirle que no, por mis amigas. Pero dije, que narices, si a mí también me gustaba. Sentí un gran gozo y alegría por dentro. Creo que más por la cara que iban a poner cuando me vieran, que por el hecho de salir con el guapo del grupo (ese que dice soy guapo). A partir de entonces deje a un lado esas inseguridades y confié en mi como persona.

No es lo más importante tener una cara bonita o un cuerpo escultural, sino creer en uno mismo. Esto se convierte en una belleza interior que los demás respiran. Si confías en ti, puedes conseguir lo que quieras.

 

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