¿Cuál ha sido el momento más especial y de mayor felicidad en tu vida? Es fácil recordar lo peor de nuestras vidas, pero se tarda más en pensar en el mejor momento. Las respuestas suelen ser situaciones habituales, como un paseo por una playa paradisiaca con la familia, el nacimiento de alguien, o alguna victoria especial.

Seguro que el momento más feliz de mi vida fue cuando nací, en donde un médico me debió dar una buena palmadita en el trasero y empecé a llorar como un bebé, nunca mejor dicho. Pero claro, no lo recuerdo muy bien, así que compartiré uno que sí recuerdo. Uno que siempre tengo muy presente día a día, para no olvidar lo más importante de esta vida.

La verdad es que no le tengo especial cariño a mi casa, no deja de ser un punto donde suelo cambiar mi equipaje entre viaje y viaje por el mundo. Puedo estar varios días o incluso semanas sin pasar por casa, y no le tengo el menor apego. Pero hace casi siete años ocurría algo especial que me haría valorar mi entorno vital de una forma increíble.

Muchas personas ya saben que desplazado en otra ciudad tuve un accidente muy trágico, en donde estuve más cerca de la muerte que de la vida. Pasé en coma varios días y tuve que enfrentarme a una larga rehabilitación en otra ciudad que no era en la que vivía, ayudado por mis familiares, pues no podía ni ducharme solo.

Tras casi tres meses fuera de mi casa, y aunque apenas me podía desenvolver bien sin estar acompañado, pude volver un día a mi apartamento de Madrid. Recuerdo que ese 16 de abril de 2004, llegaba en tren a la estación de Atocha y empecé a llorar como un tonto al ver todas las velas por las víctimas del atentado del 11-M en Madrid. Sentí muy de cerca todo el dolor que se había vivido meses antes.

Pero entonces llegué al gran portal de mi casa, y empecé a subir con dificultad las escaleras que me llevarían a la puerta de mi casa. Allí, al introducir la llave en la cerradura, sin nadie a mi lado, comencé a llorar en el descansillo como nunca lo había hecho antes en mi vida. Ninguna vez me habían condicionado la vuelta a mi casa sin mi consentimiento, y ahora, por culpa de otra persona que casi me quita la vida, había estado casi tres meses sin pisar mi hogar.

Cuando conseguí girar la llave y abrir la puerta de mi casa entendí lo importante de mi vida. Entendí lo importante que es estar vivo. Entendí lo importante que es poder sonreír. Todo ello me hizo sentir que estaba en el mejor momento de mi vida. En el que me sentí más vivo que nunca, con toda la felicidad del mundo acariciándome el cuerpo y susurrándome al oído que sólo tenía que tener miedo a la muerte, a nada más. Me di cuenta el valorar mi casa, mi hogar.

Cada año, por Navidad, mucha gente se acuerda de los seres queridos, se juntan con cariño con sus familiares y abren su corazón a la caridad. Yo lo hago cada día que abro la puerta de mi casa, porque sé que no hay nada más bonito que estar vivo. Mañana puede que te hayas ido, y haber dejado de sonreír a todos los que te acompañan, quizás no sea el regalo que esperan de ti. Todos tenemos que morir tarde o temprano, así que prefiero pensar que todos los días son Navidad y mi sonrisa puede acompañar siempre a todos los que me rodean.

Supongo que al final hay algo que compartir. Algunas personas tienen a compartir los mensajes de motivación porque lo han leído en algún libro. En otros casos, muchas personas me consideran uno de los mejores conferencistas del mundo en español porque saben que cuando comparto mis experiencias de en conferencias de superación personal, lo hago desde la experiencia personal... Quizás por eso saben qué me ayuda a intentar siempre un experto en felicidad.