Esquema Causa Efecto
De pequeño aprendí a analizar el mundo con un modelo causa-efecto (también conocido como la ley de la consecuencia, retribución o compensación) como el que se ve en la figura, que fue potenciado años después al estudiar ingeniería. Normalmente controlamos las causas y sabemos qué efecto van a tener, al menos cuando se pasa por una serie de experiencias. Las máquinas nos pueden aportar los ejemplos más sencillos, a saber, si pulsamos el pedal del freno (causa), encontraremos que el coche frena (efecto). Para esquematizar este tipo de problemas, recomiendo los diagramas de Ishikawa que nos ayudan a mostrar las múltiples causas que obtienen un efecto determinado.

Obviamente el mundo es mucho más complejo, y cuando tratamos con personas debemos mejorar nuestro modelo. Percibí que era importante entender otros aspectos, como es el caso de las creencias. Por complejo que pueda resultar, nunca evito la tentación de dibujar las nociones, así que prestemos atención a la siguiente figura, que presenta un nuevo modelo psicológico causa-efecto:

Cómo detectar tus creencias

Esquema para conocer tus creencias

Las creencias se definen como opiniones y puntos de vista personales que se tienen sobre las diferentes facetas de la vida. Forman nuestra manera de entender el mundo, y muchas veces son inconscientes. Como ejemplo nos pueden servir: los latinos son apasionados, Internet acerca a las personas, o a todos los españoles les gusta el flamenco. Pero, ¿cómo se establecen estas creencias a lo largo de nuestra vida?

En la figura se comprueba que el entorno y los valores son las causas primeras de cómo actuamos en la vida. Nuestro mundo exterior incluye: la formación que genera una forma de pensar; los estímulos que matizan nuestra forma de sentir; y las circunstancias que nos hacen actuar de distintas formas. En el mundo interior encontramos a los valores, que como ya mencionamos, concretan nuestra forma de pensar, sentir y actuar.

Los efectos son bien sencillos y generan continuamente nuevas experiencias: con ideas según nuestra manera de pensar; sentimientos que reflejan nuestros distintos estados de ánimo; y las acciones más coherentes de entre las muchas alternativas por las que podemos optar. Como efecto secundario se formarán nuestras creencias de cómo es el mundo, a buen seguro para mejor, pero siempre según nuestra propia perspectiva. Creencias que se van generando a lo largo de nuestra vida y que consiguen darnos una forma personal de ver y entender el mundo. Es humano aceptar que muchas veces generamos creencias que nos pueden motivar a actuar sin sentido alguno.

Por ejemplo, muchos adolescentes comienzan a fumar a temprana edad, no porque les guste, sino porque comprueban que están realizando un comportamiento que les identifica como si fueran adultos. Generan la creencia de que al fumar son más aceptados socialmente y continúan fumando el resto de su vida pese a que sepan que no es beneficioso para la salud. Su creencia se ha hecho fuerte, y no la ponen en duda.

En nuestra vida es muy importante reflexionar sobre todas las creencias que tenemos, ya que nos predisponen en nuestros actos. Las personas por mucho que nos conozcamos y definamos aquello que queremos cambiar, tenemos un sistema nervioso que tiende a comportarse de la manera habitual. Es necesario ser conscientes de nuestras creencias y ejercitar los músculos necesarios para obtener los nuevos efectos deseados. Es decir, muchas veces será necesario reprogramar algunas creencias obsoletas si queremos cambiar algunos comportamientos que realizamos por inercia.

El modelo psicológico causa-efecto ha sido simplificado para entender mejor la importancia de las creencias. Desde una mirada más sistémica y dinámica, lo importante es indicar que todo pensamiento descansa en premisas emocionales. Dicho de otra forma, los activadores emocionales son más profundos y difíciles de controlar que los racionales, pero no necesariamente se imponen en todos los casos. Tampoco es relevante aquí analizar si es previo el pensar al sentir, debate que prefiero dejar al margen de esta lectura. Baste indicar que nuestras formas de pensar, sentir y actuar no se pueden separar, y forman un todo, en un esquema de causa-efecto.

El miedo y la resistencia al cambio, infundado desde nuestro interior, es muchas veces el mayor obstáculo para conseguir la plena felicidad. Merece la pena aprender algunas herramientas que ayuden a controlarlo. Dejando a un lado el miedo físico, que nos ayuda a sobrevivir y evita que saltemos por los precipicios (tenemos miedo a la caída de forma natural y más vale no cambiar esto), nuestros miedos están habitualmente fundamentados en creencias no siempre establecidas sobre una base real. Las creencias, como reglas que marcan nuestras vidas, pueden ser limitadoras o potenciadoras.

Explorador de creencias

Debes analizar todas las formas de pensar, sentir y actuar e identificar todas tus creencias y clasificarlas de acuerdo con la información disponible en cada momento, en limitadoras y potenciadoras. Trabaja las potenciadoras, de este modo podrás alcanzar el éxito y superar las crisis de acuerdo con tus valores. Tus creencias influyen en que mejores cualquier faceta de tu vida, así que préstales mucha atención. En otras palabras, tus éxitos también se miden por la fuerza en la que te los crees. Cualquier persona puede tener éxito en lo que se proponga, pero es tan importante creérselo como esforzarse para conseguirlo. Ya va siendo hora de que te empieces a valorar, y dejes a un lado la falta de confianza en ti mismo, basada en creencias limitadoras, y que algunas veces son erróneas.

Las creencias limitadoras son el principal obstáculo, y las culpables de que no alcances las metas ni vivas de acuerdo a tus valores. Siempre es bueno preguntarse: ¿qué me impide alcanzar el éxito? Las creencias limitadoras suelen tener su origen en la infancia, permanecen ocultas en nuestro subconsciente y no las evaluamos conscientemente. También las creencias limitadoras nos llegan a través de los medios de comunicación, de las personas con las que interactuamos normalmente, de la sociedad, de la familia, de los amigos, etc.

Las creencias, tanto limitadoras como potenciadoras, están habitualmente construidas sobre nuestras experiencias, y en cuanto retroalimentan nuestros valores, también son principios de acción por los que actuamos como si fueran verdades ciertas y demostradas. Por ejemplo, si crees que eres una persona agradable, actuarás como tal, abordarás a la gente abiertamente, te mostrarás sociable y disfrutarás de la compañía de otras personas, que a su vez te acogerán con agrado, y eso reforzará tu creencia.

Debes gestionar y poder elegir tus creencias de forma sencilla, reforzando aquellas cuyos resultados te gustan; pero si no es así, deberás actuar de forma distinta y por supuesto cambiarlas. Es más correcto hablar de abandonar o superar creencias que de perderlas. Las reglas de nuestra vida las vemos como posesiones personales y nadie desea perderlas, máxime cuando hemos invertido tiempo y esfuerzo en construirlas.

El mundo tiene sentido y se hace predecible para nosotros cuando se confirma nuestra forma de interpretarlo. Incluso puede suceder que nos recreemos en el desastre, a condición de que lo hayamos predicho. Por ejemplo, «ya te lo dije» es una frase muy satisfactoria, no porque hayamos deseado que la cosa saliese mal, sino porque nuestras creencias quedan confirmadas.

Veamos algunos ejemplos de creencias potenciadoras (ideas extraídas de libro Coaching con PNL, de Joseph O’Connor):

  • Si quieres comprender, actúa. El aprendizaje está en la acción. El cambio proviene de la acción, no de la comprensión intelectual.
  • No hay fracaso, tan sólo aprendizaje. El fracaso es sólo un juicio sobre los resultados a corto plazo. Que no hayas alcanzado el éxito sólo significa que todavía no lo has conseguido. Perseverar es esencial, no pudiendo decir que has fracasado, a menos que abandones. Esa elección es personal y te corresponde sólo a ti.
  • Tenemos todos los recursos que necesitamos, o podemos crearlos. No hay personas sin recursos, tan sólo hay estados mentales sin recursos. Nuestra sabiduría profunda está esperando ser descubierta.
  • Todo comportamiento tiene un propósito. Siempre nos estamos moviendo hacia alguna clase de objetivo, aunque no nos demos cuenta de ello. Márcate tus propios objetivos, no dejes que otros lo hagan por ti.
  • Tener alguna opción es mejor que no tener ninguna. Encuentra las opciones, que mejor se adapten a tus valores, y síguelas.
  • Creamos nuestra realidad. Las creencias, valores y estímulos que recibimos constituyen la materia prima de cómo percibimos el mundo. Está en nuestra mano girar el catalejo para ver las cosas desde otro punto de vista.
  • Tienes todas las respuestas. Las respuestas a tus preguntas deben salir de ti mismo.

Veamos también algunos ejemplos típicos de creencias limitadoras:

  • Esto es imposible.
  • Sin sufrimiento no hay beneficio.
  • No puedo fiarme de nadie.
  • No puedo lograr lo que deseo.
  • La mayoría de la gente tiene más suerte que yo.
  • Para ser feliz tengo que ganar mucho dinero.
  • Nunca consigo lo que me propongo.
  • No soy bueno en eso y nunca lo he sido.
  • Tengo que trabajar muy duro para ganarme la vida.
  • No hay forma de superar un mal comienzo en la vida.

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Además de explorar nuestras creencias va siendo el momento de meditar un poco en nuestras emociones y sentimientos. Al principio son los estímulos los que llegan a nuestro cuerpo y estos consiguen generar emociones. Éstas, puede que nos gusten o no, o incluso nos dejen indiferentes, pero con el tiempo, van generando un montón de sentimientos en nosotros, como por ejemplo, simpatía, tristeza, temor, ira, o esperanza. Estos sentimientos son habitualmente el equipaje más complicado de gestionar en nuestras vidas.

Nota: Si bien es cierto que psicológicamente se entiende que las emociones son las que generan los sentimientos, es más común en nuestro lenguaje popular entender la rama conductual, en la que nos referiremos a las emociones como el motor que impulsa a las acciones.

Desde un punto de vista racional parece sencillo proceder a los desenganches físicos, ya que estamos habituados desde la infancia. Por ejemplo, si un médico nos detecta alguna alergia a un producto que solemos comer, no debería ser complicado convencernos de que dejemos de consumir ese producto por el bien de nuestra salud. No entramos aquí a mencionar cualquier trastorno patológico que lleve a continuar comiendo eso que genera alergia, empeorando con ello la salud, ya que debe ser tratado de otra forma.

En mi propia vida y desde mi experiencia como coach he comprobado que el desenganche emocional es mucho más complicado. Parece que en general hemos recibido menos formación en términos emocionales. Cuando una pareja nos dice, “no quiero volver a verte”, me temo que el mensaje no suele calar tan rápidamente que cuando el médico nos dice que dejemos de comer eso que genera alergia.

Trabajaremos a continuación una herramienta para mejorar estos desenganches emocionales, pese a que muchas veces hayamos escuchado aquello de que es imposible controlar las emociones. Es mi herramienta favorita, que si bien es muy sencilla, es la más compleja de ejercitar correctamente. Requiere mucha práctica, y probablemente el apoyo de un profesional externo nos ayude a visualizar todas las cosas a las que andamos apegados.

Desfibrilador de emociones

Para intentar controlar y poder modular algunas de tus emociones será recomendable aplicar un proceso racional. Un protocolo que requiere mucha práctica, y que se resume en los siguientes tres pasos:

  1. Identificar la preocupación.
  2. Racionalizar emociones y sentimientos.
  3. Desfibrilar emoción.
Cómo modificar tus creencias

Cómo modificar tus creencias

Primer paso: Identificar la preocupación.

Es indispensable que seamos capaces de reconocer la emoción que nos preocupa y nos complica la existencia. Muchas veces son las personas cercanas quienes mejor detectan nuestro apego a la emoción y nos advierten de ello. Puede que tengan o no razón, pero no hay que evitar escuchar a nuestro interior y ser capaces de meditar sobre qué implicaciones está teniendo en nosotros. ¿De verdad descansamos por las noches con esa emoción que tenemos? ¿Creemos que no hay problema cuando en realidad no paramos de pensar en ello? ¿Sentimos que nos estamos limitando y no nos damos la oportunidad de empezar cosas nuevas?

Puedo compartir muchas experiencias propias que seguro resultan bastante cercanas. Por ejemplo, más de una vez he creído con locura que había encontrado a la mujer de mi vida, y como mi oferta era maravillosa, debía ser igualmente correspondido. Al sentirme rechazado, no era capaz de comprender el motivo. Una y otra vez le daba vueltas a la cabeza sin querer aceptar la situación. Muchos amigos me advertían “olvídate de ella”, pero mientras uno no quiere ver la realidad, es difícil dar los pasos para salir de esa relación tóxica de no correspondencia. También las obsesiones con el trabajo o con una tarea concreta son ataduras que nos pueden asfixiar lentamente. Algunas veces nos obsesionamos en conseguir algo, para lo que no estamos del todo preparados, o simplemente no somos los más adecuados. Cuanto más tardemos en aceptarlo, más tardaremos en aislar nuestro sentimiento de orgullo que nos impide pedir la ayuda correcta.

Para identificar la preocupación es bueno comprobar si tu descanso o la forma de actuar están siendo afectadas. Suelen ser el síntoma que nos alerta para entrar al quirófano y comenzar el tratamiento. Pasarás a la siguiente fase una vez que hayas preparado el quirófano y estés dispuesto a tratar la emoción limitante.

Segundo paso: Racionalizar emociones y sentimientos.

Comienza siendo consciente de la salud. No es bueno para tu fortaleza mental darle vueltas a la preocupación todo el día. ¿Verdad que quieres estar fuerte como un roble? ¿Verdad? No te llames a engaño, y siente que tu vida es más importante que cualquier atadura emocional. Si para ti es más importante el sentimiento que tu propia salud, puedes abandonar el ejercicio. Sería respetable, ya que hay gente que prefiere morir antes de dar su brazo a torcer. Pero seguro que si estás leyendo este libro es porque sabes encontrar muchos motivos por los que valorar tu salud por encima de todo.

Comprobado y respetado el motor de la salud, es bueno que analices qué creencias y/o valores pueden estar involucrados en este sentimiento. El motivo de que una emoción te esté limitando suele venir ocasionado por no respetar alguno de tus valores o estar convencido de alguna creencia limitante.

Por ejemplo, es habitual ver cómo falla el respeto de las personas ante las decisiones que toman otros. Cuesta mucho aceptar directrices de nuestro jefe cuando no las compartimos, sin respetar que quizás están bien argumentadas, pero que somos nosotros quienes no las entendemos. O que tengas una creencia del estilo “soy la persona ideal para mi pareja”, y que no quieras aceptar que no lo eres cuando la otra persona te dice que no quiere verte más. El ego muchas veces te impide aceptar la realidad, entrando en lo que técnicamente se entiende como duelo. Defenderlo más de la cuenta, te limita avanzar para salir de ese tipo de creencias limitadoras.

Anteponiendo la salud, y habiendo meditado sobre los valores y creencias, piensa ahora un poco en la herramienta Generador de perspectivas que desarrollamos en el capítulo anterior. ¿Qué otras opciones tienes más allá de la quedarte anclado en esa emoción? Normalmente existen muchas más opciones, y deberías valorar un poco sus pros y contras.

Volviendo al ejemplo laboral, ¿debería seguir trabajando todo el día amargado por lo que me piden en mi empresa? O, ¿no sería mejor que intentara evaluar un cambio de departamento, o de proyecto? Con el ejemplo de pareja, ¿debería seguir enamorado de una persona el resto de mi vida pese a que no soy correspondido? ¿No sería mejor conseguir una nueva relación con alguien que me corresponda?

Tercer paso: Desfibrilar la emoción.

En el último paso tendrás que pasar a quirófano y operar a tu corazón para cambiar esa emoción, por difícil que parezca. Desfibrilarlo por completo requiere mucha práctica, así que no tengas problema en aprender poco a poco y conseguir modularlo con el tiempo. Si no lo haces, te estarás acomodando y comenzarás actuar como una persona mayor, no a nivel de edad, sino a nivel neuronal. En el momento en el que dices, “¿y qué más da?, ¿y para qué voy a cambiar?” sin plantearte algunas de las opciones que detectaste en el paso anterior, será cuando comiences a perder poco a poco tus ilusiones. Es normal que este paso te resulte difícil, no desesperes, y recuerda pedir ayuda en caso de que no lo estés consiguiendo.

Es recomendable huir de las personas que dicen “¿y para qué?”, porque además saben contagiar a todo el mundo. Suelen ser quejicas que buscan a otros quejicas y conforman un quejido organizacional, sin aporte ninguno, y cayendo en un victimismo total. Muchas veces somos nosotros mismos quienes ponemos obstáculos y no paramos de pensar cosas como… “es que tardaré mucho…”, “es que no sé si lo conseguiré…”, “es que es muy difícil…”, “es que la teoría es muy fácil…”, “es que ya no sé lo que quiero…”. Es habitual encontrar en algunas empresas auténticos fósiles que echan la culpa a los demás… “es que la empresa va mal…”, “es que el mercado va mal…”, “es que mis compañeros no saben…”, y que indican mil argumentos antes que aceptar que pueden mejorar las cosas. Es más efectivo que intenten orientar su energía quejica en otra más positiva que les oriente hacia el cambio. Veamos el esquema del ejemplo de la pareja:

Cómo mejorar una mala creencia en el amor

Ejemplo para desfibrilar una mala emoción en el amor

 

Como conclusión, recuerda que tenemos en nuestra mano el control de todo lo que pensamos y sentimos, y ya va siendo hora de aprovechar al máximo nuestras creencias potenciadoras y de cambiar muchas de las creencias limitadoras, que hemos creado a lo largo de nuestra vida.